UNA CUESTION
DE COMPETITIVIDAD
Sr. Portillo:
Vivo en un pueblo muy pequeño. Tan pequeño, que todo esta a la vuelta de la esquina porque solo hay una. Tampoco somos muchos habitantes. Tan solo mi vecino Cosme y yo. Los demás se marcharon hace tiempo en busca de mejor fortuna.
No tenemos cura, ni medico, ni boticario. Ni alcalde porque en las elecciones municipales siempre salimos empatados el Cosme y yo. Un visitante nos propuso hace tiempo turnarnos a la alcaldía, un año cada uno. Pero yo no estoy dispuesto a permitir que semejante majadero este al frente del ayuntamiento un solo día. El, por su parte, es tan envidioso que seria capaz de incendiar el pueblo antes que verme a mí de alcalde.
Tampoco tentamos taberna. Sin embargo, con unos ahorros que tenia guardados puse una hace poco.
El día que inauguré, el Cosme entro a tomar vino. Como no sabe beber se emborracho, vomito por todas partes y me rompió una silla. Naturalmente le expulse y le prohibí volver.
Al día siguiente, el muy imbecil vendió sus sarnosas vacas y empezó a construir su propia taberna, justo enfrente de la mía. No le di importancia porque creo en la libre competencia del mercado. Lo que si me preocupo es que sobre su puerta coloco un rotulo luminoso de neón del que yo carecía. Inmediatamente encargue uno mayor que el suyo.
A las pocas horas de instalado, mi rotulo apareció deshecho a pedradas. No me hizo falta indagar quien había sido. Con las mismas piedras que el utilizo para romper el mío, yo pulverice el suyo. Tan solo se tomo la mezquina venganza de orinar en mi puerta. Hubiera querido darle digna respuesta, pero el estreñimiento que padezco me impidió contestarle merecidamente. Después de barrer los vidrios rotos decidimos, de tácito acuerdo, pintar con cal sobre la puerta el nombre de nuestras respectivas tabernas.
La mañana siguiente, el Cosme abrió las puertas de su bar por primera vez. Entre mas por curiosidad que por otra cosa. Era un antro infecto lleno de mugre. Por un café que hubiera parecido el agua de lavarse los calzoncillos si no fuera porque me costa que ese cerdo no se ha mudado jamás de calzoncillos, pretendió cobrarme cincuenta pesetas. Lógicamente me negué a pagar y le pedí el libreo de reclamaciones aunque se que lo mas parecido a un libro que ese bastardo ha visto en su vida son los calendarios pornográficos que cuelgan de las paredes de su cubil.
Reacciono como cabía esperar de semejante acémila, y nos dimos bofetadas hasta quedar exhaustos. Huelga decir que no volví a visitar su taberna, si así puede llamarse a ese caldo de cultivo, ni el la mía.
Pero ahora, tras un periodo de relativa calma, he observado que el Cosme anda trajinando en la casa de al lado, no me gusta espiar al prójimo pero, por lo que he podido observar, me temo que ese tarado esta instalando una tienda de comestibles. Supongo que lo hace exclusivamente por afán de reto. Sabe perfectamente, a menos que haya enloquecido del todo, que me dejaría morir de hambre antes que comprarle a el un solo garbanzo.
Pienso que no debo quedarme con los brazos cruzados. Pero me parece que dos tabernas y dos tiendas de comestibles para dos únicos vecinos seria un tanto desorbitado.
La verdad es que me encuentro desorientado. No estoy dispuesto a resignarme y ceder. Pero tampoco veo clara la idea de poner mi propia tienda de comestibles. ¿Qué me aconseja que haga?
Damian
Respuesta
Estimado Damian:
Creo que ha llegado el momento de demostrar quien vale y quien tiene clase. Por supuesto que no va a quedarse con los brazos cruzados. Pero tampoco debe caer en la simpleza de imitar a su vecino. Déjele con su trapacera tienda de comestibles tóxicos.
Y Vd. Comience, ya mismo, las obras necesarias para instalar una joyería y una tienda de pianos. Dudo mucho que su embrutecido vecino tenga fuerza moral para superarlo. No se deje amilanar y adelante, que el mundo es suyo.
JOCAZU-(SPIDERM).